En los últimos años, la inseguridad se ha convertido en uno de los principales desafíos para el sector gastronómico chileno. Lo que antes eran zonas icónicas, donde vecinos, familias y turistas disfrutaban de la diversidad y calidad de nuestra cocina, hoy son espacios que muchos han dejado de visitar por temor.
El casco histórico de Santiago es un ejemplo evidente: calles que alguna vez fueron sinónimo de vida urbana, actividad cultural y oferta culinaria, hoy muestran cortinas metálicas bajas y mesas vacías. Locales tradicionales, con décadas de historia y generaciones de trabajo, han debido cerrar sus puertas o trasladarse al sector oriente buscando un entorno más seguro. En Valparaíso, Viña del Mar y otras ciudades del país, la realidad es similar: restaurantes y cafés que antes eran parte del circuito habitual de residentes y turistas han visto caer drásticamente su flujo de clientes por la percepción —y lamentablemente también la experiencia— de inseguridad.
Este fenómeno no solo afecta a los dueños de locales. Miles de trabajadores del rubro gastronómico ven amenazadas sus fuentes de empleo, mientras proveedores, productores locales y emprendedores asociados a la cadena de valor también resienten el impacto. Al final, todo esto repercute en la competitividad del sector.
Como Asociación Chilena de Gastronomía, reconocemos y valoramos el esfuerzo de la Municipalidad de Santiago por recuperar los espacios públicos, limpiar calles y reforzar la presencia policial. Estas acciones son importantes y necesarias, pero sabemos que esta tarea excede las capacidades de una autoridad comunal. El desafío es nacional y requiere una estrategia integral del Estado, con coordinación efectiva entre policías, fiscalías, municipios y el mundo privado.
La inseguridad no solo golpea a empresarios y trabajadores del rubro: priva a la ciudadanía de espacios de encuentro, erosiona la vida de barrio y limita el acceso de visitantes a experiencias que forman parte de nuestra identidad cultural y turística. La gastronomía no es solo un negocio; es también un motor de cohesión social, un punto de encuentro que fomenta comunidad y cultura.
Por eso, hacemos un llamado urgente al Gobierno y a quienes aspiran a conducir el país en los próximos años: la seguridad debe estar en el centro de sus propuestas y acciones. Sin calles seguras, la gastronomía difícilmente podrá retomar su dinamismo, crear más empleo y seguir aportando al desarrollo cultural y económico de Chile.
La historia de nuestras ciudades se escribe también en sus restaurantes, cafés y mercados. Recuperar la tranquilidad en las calles no es solo una demanda del sector gastronómico, es una necesidad para que nuestras comunidades vuelvan a encontrarse, y para que barrios emblemáticos dejen de perder su identidad.
Sin seguridad, no hay vida de barrio. Y sin vida de barrio, la gastronomía pierde su alma.