Han pasado seis años desde el 18 de octubre de 2019, pero las esquirlas de aquel estallido aún siguen incrustadas en la vida cotidiana del país. Las heridas que dejaron esos días de violencia callejera, destrucción y miedo no se cerraron con el paso del tiempo. Por el contrario, continúan repercutiendo en la economía, en la convivencia social y especialmente en miles de pequeñas y medianas empresas que fueron el rostro más visible del daño.
El turismo y la gastronomía —dos sectores profundamente vinculados a la vida urbana, la sociabilidad y el espacio público— fueron golpeados con una fuerza demoledora. En pocas semanas se apagaron polos gastronómicos que habían tardado años en consolidarse, desaparecieron restaurantes emblemáticos y se destruyeron proyectos familiares levantados con esfuerzo. La violencia, la inseguridad y el temor a salir en las noches mataron la vida nocturna y cambiaron los hábitos de consumo de los chilenos. Aún hoy, muchos barrios que antes eran sinónimo de encuentro y alegría siguen intentando recomponerse, con locales que cierran más temprano, ventas que no repuntan y clientes que prefieren quedarse en casa.
El estallido no solo generó daños materiales; también alteró la confianza, el ánimo y la sensación de estabilidad que son indispensables para invertir, emprender y crecer. Las pymes, que son el corazón del empleo en Chile, quedaron en una situación de vulnerabilidad extrema. A la violencia le siguieron la pandemia y la inflación, completando un ciclo de seis años particularmente duros para el mundo productivo.
Por eso resulta incomprensible —y francamente irresponsable— que haya figuras públicas que hoy vuelvan a hablar con liviandad de un “segundo estallido”, casi como si lo esperaran o lo desearan. Quienes así se expresan olvidan el costo humano, económico y moral que tuvo aquel episodio. Chile no puede aceptar ni resistir otro acto de salvajismo antidemocrático como el que vivimos. No hay causa ni reivindicación que justifique la violencia.
El país necesita recuperar el crecimiento, el empleo y la paz. Necesitamos un Estado que dé seguridad, que promueva el emprendimiento y que entienda que sin estabilidad no hay desarrollo posible. Los chilenos queremos avanzar, no retroceder; construir, no destruir.
Ese es el desafío que tendrá el próximo gobierno: dejar atrás la lógica de la confrontación, devolver la esperanza y garantizar las condiciones básicas para que cada persona y cada empresa puedan volver a levantarse sin miedo. Chile no necesita más estallidos. Lo que necesita, con urgencia, es volver a creer en sí mismo.