Portillo sin esquíes: Un verano entre música y naturaleza

Portillo sin esquíes: Un verano entre música y naturaleza

Cuando no hay nieve, la música le da vida a Portillo. El tradicional hotel reúne a grandes exponentes de la música clásica en el Festival de Música Portillo, mientras el verano ofrece experiencias únicas en la montaña: remar en kayak por la Laguna del Inca o hacer yoga al aire libre en el corazón de la Cordillera de los Andes.

La ventana de la habitación es pequeña. Tiene sentido cuando el hotel es un refugio de montaña que es ocupado por amantes del esquí. El frío invernal no puede penetrar. Aunque su dimensión basta para ofrecer una vista maravillosa que en cada momento vale la pena revisar.

El patio trasero del Hotel Portillo, ese que da al lado norte, tiene a la Laguna del Inca que impone su esplendor. Y desde varias de sus habitaciones (y sus restaurantes y lugares comunes) genera un placer visual al admirarla.

Pero, no hay nieve. ¿Qué sentido tiene, entonces, Portillo en verano con las montañas al desnudo, los andariveles detenidos y el centro de esquí inoperativo? Mucho. Muchísimo.

Portillo y su entorno natural prístino y protegido tiene un lado desconocido que vale la pena explorar en shorts y polera manga corta.

Por la mañana, cuando el sol se asoma por los Andes y sin el ruido del viento se puede oír a los animales, la laguna es un espejo que refleja el color naranja de las cumbres más altas. Y va cambiando de color sin pudor. El azul esmeralda vibrante es el que predomina durante el día, y luego muta a un negro azulado, opaco y profundo al ocaso de la jornada.

Una leyenda inca explica la razón de ese color que tanto atrae. El inca Illi Yupanqui estaba enamorado de la princesa Kora-llé y decidió casarse con ella en una cumbre junto a la laguna.

Durante el rito matrimonial, la princesa cayó al vacío y murió al instante. Devastado, el príncipe quiso darle un sepulcro único y ordenó que su cuerpo fuera depositado en las profundidades de la laguna, envuelto en linos blancos. Cuando descendió, el agua adquirió mágicamente el color de sus ojos.

Desde entonces, se cree que la laguna está encantada y que, en noches de luna llena, el alma de Illi Yupanqui vaga por la superficie dejando oír su dolor.

Portillo y su entorno natural prístino y protegido tiene un lado desconocido que vale la pena explorar en shorts y polera manga corta.

EN EL CORAZÓN DE LA CORDILLERA

Enclavado en la Cordillera de los Andes, a 2880 metros sobre el nivel del mar, a seis kilómetros de la frontera con Argentina y a dos horas y media de viaje en auto desde Santiago emerge el icónico edificio amarillo de Portillo. El hotel legendario que fue inaugurado a fines de la década de los 40 conserva su magia y esencia como si no pasaran los años.

Todo es muy auténtico, empezando por su arquitectura alpina y su decoración de época. No es un centro de esquí con desarrollo inmobiliario sofisticado ni grandes tiendas. Portillo se caracteriza por presentar a los huéspedes una oferta más acotada, enfocada en un servicio cercano y muy amable.

No hay distracciones. ¿Para qué perder tiempo pegado a la tele en la habitación? Por suerte no hay pantallas que atrapen.

La invitación es a disfrutar la naturaleza. Como estar a las siete de la mañana en la laguna, arriba de un kayak. Una de las actividades más lindas que solo se puede hacer en verano. A menos que alguien busque condiciones extremas, como moverse entre bloques de hielo. En enero no hay que someterse a un frío imposible.

Hay que remar casi por una hora hasta la orilla norte de la laguna para iniciar la ruta a pie, entre rocas y flores silvestres, por el valle que custodia el macizo Tres Hermanos, otro ícono de la zona.

Enclavado en la Cordillera de los Andes, a 2880 metros sobre el nivel del mar, a seis kilómetros de la frontera con Argentina y a dos horas y media de viaje en auto desde Santiago emerge el icónico edificio amarillo de Portillo. El hotel legendario que fue inaugurado a fines de la década de los 40 conserva su magia y esencia como si no pasaran los años.

El guía Víctor González, de Aventura Aconcagua, dice que el invierno cambia el camino todos los años. No hay precisamente un sendero.

El trekking es paralelo al estero hasta su lugar de nacimiento. Tras 90 minutos de una caminata a ritmo tranquilo, descubrir el punto donde el estero Tres Hermanos sale a la superficie fruto de los deshielos. No todos los días se visita un lugar así.

El regreso por la laguna se torna desafiante cuando el viento en contra exige remar con más potencia y constancia: intentar completar el recorrido en el mismo tiempo que a la ida a pesar de la dificultad adicional, es un esfuerzo que se premiará luego con un almuerzo rico y contundente. Obviamente, con una vista espectacular.

Antes de esa recompensa, todo terminó con un baño helado en las aguas cristalinas, desafiando al cuerpo a aguantar el frío para mejorar la circulación sanguínea y generar endorfina.

¿Otro regalo veraniego? Yoga al aire libre respirando el aire fresco y absorbiendo la vitamina del sol.

GUIÑOS AL PASADO

Caminar por los pasillos del hotel es un viaje por la historia. Entre tantas cosas que Portillo hace bien, hay una muy valiosa: mantener viva la memoria.

Una colección fantástica de fotografía se extiende por cada rincón, fuera de las habitaciones y entre las escaleras. La memorabilia que conserva la identidad del centro de esquí y  de su refugio atraviesa distintas épocas y estilos.

Sumergirse en los recuerdos y explorar el pasado de Portillo es un panorama en sí. Mejor si es con un café de los que sirven a media tarde en el living principal.

Una foto muestra a una mujer en bikini, caminando al borde de la piscina. La imagen data de 1966, un año después de la construcción de uno de los mejores lugares para pasar la tarde cuando baja el sol y los colores de las montañas se tornan cálidos.

Sesenta años después, se sigue viviendo en la montaña una de las experiencias tan placenteras como la de estar metido en el agua caliente con vistas al cerro de las tres cumbres al atardecer, refugiando al cuerpo del viento helado.

Caminar por los pasillos del hotel es un viaje por la historia. Entre tantas cosas que Portillo hace bien, hay una muy valiosa: mantener viva la memoria. Una colección fantástica de fotografía se extiende por cada rincón, fuera de las habitaciones y entre las escaleras.

Salir de ahí mojado y exponerse al frío cuando la sombra ya cubre el lugar, no se soporta demasiados minutos; no importa la estación del año. Hay un antídoto: envolverse en las toallas calientes camino al sauna y parar algunos minutos ahí. Un masaje deportivo puede ser el remate perfecto.

Probablemente esa combinación, después de un día intenso sea el pasaje directo a un sueño reparador.

Camino a la multicancha, donde a veces se juega al futbol sala y en otras oportunidades hay conciertos musicales, un corredor homenajea la historia de los juegos olímpicos de invierno, desde los primeros, celebrados en 1924 en Chamonix, Francia.

El recuerdo de los múltiples campeonatos internacionales de esquí, indumentarias deportivas de grandes leyendas de la disciplina, y fotos de los equipos nacionales de deportes de invierno que vienen todos los años provenientes del Hemisferio Norte a hacer sus pretemporadas, es parte de un museo para detenerse a admirar.

A propósito de la música, ahí está la excusa para que este lugar cobre vida en verano.

El Festival de Música Portillo se organiza cada mes de enero. Una instancia artística y cultural que reúne a varios artistas de distintas partes del mundo. Lo lidera la directora de orquesta chilena Alejandra Urrutia y tanto estudiantes como profesores provenientes de Estados Unidos, Australia, Europa y Latinoamérica brindan conciertos notables para gozar en un sitio único.

David Griffiths cruzó el Océano Pacífico con su clarinete desde Melbourne para ser parte de la sexta edición del festival. “Me fascina estar acá y sentir el aire fresco en las montañas. Me siento en una burbuja, aislado de todo, lejos de la ciudad y muy concentrado en la música. No hay distracciones. La naturaleza aquí me inspira”, dice Griffiths, docente de la Universidad de Melbourne. El australiano deleitó a los huéspedes junto a un conjunto de viento y cuerdas, interpretando a Mozart y Brahms.

Gran parte de su carrera, Griffiths la hizo al lado de su mujer, Svetlana Bogosavljevic. Ella es australiana de origen serbio y toca el violoncello. Viajaron juntos a Chile, y en el paraíso andino homenajearon a Beethoven, Poulenc y Debussy combinando su música.

Después de una cena con un servicio espectacular y platos a la altura, nos quedamos conversando en el living sobre su historia de amor, que nació hace 20 años, cuando eran compañeros en la Orquesta Sinfónica de Melbourne.

Coincidentemente, atendí a un par de conciertos de la agrupación cuando viví en el sureste de Australia. La Orquesta interpretó el soundtrack completo de Harry Potter y el Prisionero de Azkaban, y de Star Wars: Episodio V – El Imperio contraataca, con una pantalla gigante que pasaba las películas solo con el audio de los diálogos y los efectos especiales.

“¡Yo toqué en ambas!”, exclama Bogosavljevic, sorprendida con la coincidencia.

Y lo que comenzó como una entrevista dio lugar a una conversación relajada sobre la vida misma. Como se acostumbra cuando las jornadas ya se apagan en ese salón acogedor e íntimo.

Así son los días veraniegos en el refugio andino donde pareciera que el tiempo no corre.

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