He comenzado con este título porque durante décadas se convirtió en slogan de marketing al hablar de nuestra hospitalidad con los extranjeros o afuerinos de nuestra localidad donde vivíamos. Con pesar debo confesar que las circunstancias han cambiado y ya no es tan así, hoy que tenemos una alta inmigración de varias nacionalidades, este sentimiento de empatía y buen anfitrión debería haberse acrecentado, pero ha sido todo lo contrario.
En varias partes, publicaciones diarias, en prensa, radio, televisión y RRSS nos hemos informado de muchos compatriotas manifestándose públicamente en altercados, las nefastas apreciaciones como “vienen a quitarnos el trabajo”, “los extranjeros son todos delincuentes”, “nos pusimos un país bananero” y otros han ido más allá diciendo “Aquí somos nosotros quienes mandamos y ustedes (extranjeros), deben obedecer, si no les gusta se van”.
Créanme que esto no es lo que la mayoría piensa de los extranjeros, ni tampoco todos los chilenos vamos manifestando desaires con los inmigrantes. Es más, muchos estamos felices de que estén en Chile, ya que nos aportan positivamente en todo ámbito de cosas, cultura, alegría de vivir, el baile, formas de comer, calidad en el servicio, riqueza lingüística, mano de obra calificada, profesionalismo, buen servicio, entre otros.
Ahora bien, dentro de esta generosidad chilena, algo nos pasa a la hora de recibir extranjeros y querer agasajarlos con comida o con una invitación a un restaurant. Extrañamente como muchos chilenos no ponen en valor la cocina nacional, o más bien sienten cierta vergüenza por mostrarla o darla a conocer en una mesa compartida con un afuerino. ¿Dónde terminamos? en cualquier restaurante o comiendo cualquier comida que no sea chilena. Tenemos la fascinación de español que llega, entramos en la desesperación de donde se vende la mejor paella de Chile para poder llevarlo ahí, quizás el querer replicar la hospitalidad de su casa, -la vemos de esta manera-, dándole a comer productos y recetas originales de su origen, y anticipadamente les aseguro que jamás podremos llegar al sabor original de ese país, debido a varios factores como tierra, producto, mano de obra, tipo de agua, clima, insumos, entre otros.
Al fin y al cabo, si es italiano lo llevamos de carreritas al restaurant de pastas, si es francés, buscando el mejor del país para llevarlo, ahora otros más arraigados al sabor latinoamericano, lleva al extranjero no a un restaurante chileno, sino a uno peruano, y con esto el visitante se confunde más aún, porque cree que la cultura gastronómica de Chile es parte de Perú. He aquí la paradoja que en nuestro propio país hay más restaurantes de comida peruana que chilena.
Por otro lado, es tal lo arraigado que esto se encuentra entre nosotros, que las muchas veces que me han invitado a regiones en mi país, ya sea por trabajo , participando en ferias, festivales, charlas y cualquier tipo de actividades gastronómicas, he terminado comiendo comida peruana, china, sushi, pizzas, y peor aún, en restaurantes comiendo chuletas de cerdo, salmón congelado, pollo asado, papas fritas congeladas y una amplia gama de productos estándar de fácil abastecimiento que poseen las cartas de todo nuestro territorio nacional. Créame querido lector que muy pocas veces me he sentado en un restaurant a comer panes de la casa, carnes, pescados o mariscos producidos ahí mismo, vinos del valle más cercano, vegetales que son de la chacra o del sector agrícola local.
Cada vez que voy Brasil mi desayuno es café, kilos de frutas, dulces y masitas típicas, jugos frutales y todo lo que ese país me otorga, diametralmente opuesto a mi desayuno en Chile, un café con tostada y algo de relleno, este ejemplo determina el comportamiento de uno cuando está fuera de su país, se adapta y quiere comer lo que comen los originales de ese lugar,
Este juicio no lo hago a quienes me han invitado, agradezco la hospitalidad, mi análisis más crítico y en virtud de avance, es que la premisa que debemos tener, a la hora de contar con una visita en nuestro país, localidad, pueblo o ciudad, le debo dar lo que tengo, lo que está a la mano, lo del día a día, como también el insumo típico que produzco, así me doy a reconocer donde vivo y de donde provengo, no por ello, debe estar mal ejecutado y mucho menos de mal sabor. Con esta presunción la tarea es más fácil para nosotros como anfitriones, puede que no sea el mejor plato del mundo, pero como el visitante no tiene punto de comparación, ni referencia, siempre encontrará ese plato ofrecido como bueno y en su defecto como novedoso, así siempre lograremos cerrar la experiencia vivida, como excelente y demostraremos nuestro cariño culinario al amigo cuando es forastero.