La primera vez que la vi me obnubilé por la tonalidad de sus ojos, profundos en el mirar, ni grandes ni pequeños, pero si expresivos, que encantan, pero no sólo sus ojos hacen el trabajo de cautivar, sino ella misma y con todo lo que puede hacer, hablar o gestualizar cuando alguien está al lado de ella. Si uno la ve de lejos se reconocerá porque ve la vida en colores, así lo plasma en sus vestimentas, sinuosas y volátiles que perfectamente combinadas puede mezclar de los negros azabaches hasta los blancos prístinos, mezclados de fucsias, turquesas y otros, cubiertos de pañuelos, abrigos o ruanas de buena calidad, da igual si son nuevos o antiguos, pero no transa la calidad sin importarle si se mezcla una prenda de alto costo con otra de austera adquisición. Su cuello y sus manos ya de mujer grande son adornadas con joyas que también se combinan, algunas de herencia familiar y otras de artesanos orfebres con buen gusto o de verdaderos artistas, nada de lo que usa o lleva en su ser, se ve de origen común, y si lo es, la estampa de ella lo transforma en lo más chic que puede portar una persona, como lo es la señora Pilar Larraín San Martín.
¿Será la clase de su cuna o será lo que le tocó vivir?, pienso que son ambas, hija de padre ingeniero agrónomo con varios años mayor que su madre, mujer hermosa que tuvo cinco hijos y Pilar es la de al medio, le tocó vivir en el campo y ahí la vida la recuerda con añoranza, y sin darse cuenta los aromas y sabores se agolparon en su ADN, no porque su madre hubiese sido la gestora de la veta posterior gastronómica en su vida adulta, sino que la tarea culinaria era responsabilidad de Mercedita, la nana de la casa que cocinaba como los dioses y le tenía vetada la entrada a Pilar, y al resto de la familia, por lo tanto deduzco que la señorita jamás cocinó y tampoco se le enseñó. El tema que esta premisa siguió así una vez casada, ya que recibió un marido, unos muebles, y una cocinera familiar de su marido que tampoco permitió que Doña Pilar entrara a la cocina, ahí vinieron los hijos entre ellas la encantadora Pilar Hurtado, hoy respetada critica gastronómica y cómplice para elaborar esta columna en honor a su progenitora.
Volviendo a la historia, ambas “Pilares” se van en familia con camas y petacas a Lima y ahí Doña Pilar comienza sus primeros pasos en la cocina, algunos de los buenos libros de cocina de la época le sirvieron para dar los primeros pasos, otras recetas traducidas de revistas y libros, fueron enriqueciendo la biblioteca culinaria y Pilar ya metía las manos en masas, revolvía ollas y según el recuerdo de su hija, nunca hubo un reclamo por parte de los comensales, quizás no era la mejor cocinera, pero si es una mujer que tiene buen gusto en el vestir y el actuar, tiene un buen paladar, adquirido de la cuna, de la familia de su marido y de muchas importantes mesas que haya degustado socialmente. Ahora pienso si vivió en Lima, el entorno también le ayudó a mejorar su buen gusto culinario y mejor aun la mano de cocinera amateur. Esto le sirvió, para así apoyar la vida de casada como modista especializada y como cocinera de pasteles, postres y tortas para un grupo de la sociedad limeña, tanto así, que al cabo de una vida, la cocinera se hizo, se cautivo con el aroma y el saber, hasta publicar en 2011 junto a su hija, un libro de recetas.
Se desempeñó como secretaria de la embajada de Chile en Lima y ahí lo culinario también la seguía, de noche sola hasta el alba o muy temprano antes del amanecer Pilar preparaba “sanguchitos”, los que vendía a escondidas en la oficina, fue tal el gusto que varios funcionarios y personas con la que se relacionaba empezaron a pedirles pequeñas comidas en sus casas como el símil de hoy una “chef en casa”, fue tanto el éxito que así fue creciendo este oficio de puro gusto y se convirtió en una verdadera banquetera de un grupo social alto de Lima, con recepciones y eventos pequeños hasta atender a más de 1500 personas, por supuesto que pasando por todas las vicisitudes que puede vivir una emprendedora y peor aún en un país que no era el suyo.
Pero su paso por Perú no fue para apaciguar su pasión pues todo lo contrario, nada amainó sus ganas de seguir, vuelta en Santiago se asoció con una amiga chilena con quien habían trabajado juntas en Lima, acá fueron banqueteras y de alto nivel atendiendo a presidentes y autoridades como Patricio Aylwin, el Rey de Suecia y hasta la misma Margaret Thatcher, como también empresarios, viñateros entre otros, así fueron los años de banquetera, que luego de la partida de su socia siguió por algunos años y el peso y el paso de los años la obligó a cerrar este fructífero negocio, esto no fue el fin de Pilar, ella con sangre fría como se le caracteriza en momentos de crisis, se reinventó.
Gracias a su hija periodista, Pilar fue invitada a hablar de gastronomía a la radio Universidad de Chile y ahí por su experiencia y portento culinario vivido, quedó y así lo realizó sola durante cinco años, posteriormente hicieron con su hija Pilar el programa durante 10 años juntas. Esto le sirvió para ser invitada como parte del circulo de cronistas de Chile, ahí comió, conoció, habló con todos y de todos los restaurantes, visitó las mejores mesas de Chile, probó y cató los mostos, lo que le valió ser presidenta del círculo, como también ser parte de la Academia de gastronomía de Chile. Pilar hoy sigue haciendo lo que ama, comer, beber, pero de lo bueno, de lo estéticamente montado en un plato, como también aprecia el sabor puro de una clásica cocina, ahora bien, con su maestría, en una mesa, puede hacer un pequeño comentario sobre la vida y lo presentado gastronómicamente y doy fe que las nuevas generaciones o las que la siguen generan el silencio para empaparse de ella, su sabiduría y asentir tras sus certeras palabras. Esta señora como su hija lo dice es como una Reina, pero a mí que no me gustan las monarquías, es más bien la personificación de su nombre, ya en sus casi ocho décadas es un Pilar necesario, preciso, certero y técnico en nuestro mundo gastronómico.