En 1594, el botánico y médico holandés Carolus Clusius introdujo los bulbos de tulipán en los Países Bajos, traídos desde Turquía. Con el tiempo, estos bulbos se transformaron en objeto de una fascinación excesiva y desenfrenada, desencadenando una especulación masiva en los mercados que hizo disparar sus precios a niveles estratosféricos. De esta manera, entre 1634 y 1637, se gesta la primera burbuja económica registrada y que se conoció como la «Tulipomanía» o «Fiebre de los Tulipanes».
Durante este periodo, los inversores comerciaban bulbos de tulipán en las bolsas de valores, basando su valor no en su estética o aroma, sino en su rareza y popularidad. En el apogeo de la Tulipomanía, algunos bulbos alcanzaron precios exorbitantes. Por ejemplo, el bulbo ‘Semper Augustus’, extremadamente valorado, llegó a costar entre 3.000 y 4.500 florines holandeses (moneda legal en curso de la época), cuando el salario anual de un trabajador especializado oscilaba entre 150 a 350 florines. Así, el costo de un solo bulbo podía equivaler a la compra de una amplia residencia en Ámsterdam o al ingreso acumulado de más de diez años de trabajo.
Los tulipanes se erigieron como símbolos de prestigio, comparables a un «accesorio Gucci de la botánica».
Esta tendencia no se limita al pasado; actualmente, se observan precios desmesurados en productos de ciertas marcas. Estas comprenden el poder de generar demanda.
Por ejemplo; Louis Vuitton, inició su trayectoria fabricando baúles resistentes cuando sólo contaba con dieciséis años. Hoy en día, para preservar la exclusividad de sus productos, la firma destruye los bolsos que no vende al término de cada temporada, manteniendo así su valor por medio de la escasez.
Las marcas de éxito saben que el valor de marca se fortalece mediante una comunicación adecuada. El valor percibido, y, por ende, el deseo de adquirir un producto específico puede ser modificado a través de estrategias comunicacionales efectivas. De este modo, algunos consumidores terminan pagando precios elevados por productos de calidad mediocre, seducidos por el estatus que las marcas les confieren.
En la actualidad, muchos ejecutivos cometen el error de enfocarse excesivamente en plataformas digitales o estrategias de marketing online, descuidando la esencia del marketing: la comunicación.
Si bien tácticas como el SEO o la publicidad pagada son relevantes, lo primordial es definir y cultivar una experiencia de marca convincente para luego desarrollar una estrategia comunicacional que la transmita efectivamente.
Creo importante aprender de lo anterior y reflexionar respondiendo con nuestro equipo de trabajo las siguientes preguntas;
Respecto al valor de marca que perciben nuestros clientes; ¿Cómo y cuánto influye esta percepción en la decisión de compra de nuestro consumidor y cuál debiera ser el papel de una comunicación efectiva en la construcción de la percepción deseada?
Respecto a crear demanda; ¿De qué manera podemos equilibrar la creación de demanda a través de la escasez sin caer en prácticas que puedan ser vistas como manipuladoras o éticamente cuestionables?
Respecto al uso de los soportes de comunicación para conectar con el cliente; ¿De qué manera las estrategias de marketing digital, como el contenido en redes sociales, pueden complementar y reforzar la experiencia de marca en lugar de simplemente seguir tendencias?
Respecto a la transparencia de marca; ¿De qué manera nuestros clientes pueden desarrollar una mayor conciencia y criticidad frente a las estrategias de marketing y de comunicación que implementemos para que su decisión de compra sea más informada y sostenible?
En conclusión, la historia de la Tulipomanía nos enseña valiosas lecciones sobre la naturaleza humana, la percepción del valor y la importancia de una comunicación efectiva en la creación de demanda.
Las marcas exitosas de hoy, como Louis Vuitton, demuestran que el poder de una marca no reside solo en la calidad de sus productos, sino en la narrativa que las rodea. Al crear demanda a través de la escasez y el comunicar eficazmente el valor percibido, las marcas pueden transformar productos ordinarios en símbolos de estatus deseables. Sin embargo, este enfoque plantea interrogantes éticos sobre la manipulación del consumidor y la sostenibilidad de tales prácticas a largo plazo.