Generalmente la gastronomía se ve materializada o se entiende, en un restaurante, en una elaboración o en el entorno de modelos de negocios que están alrededor de los alimentos y su transformación. La visión superflua de una sociedad que no ves más allá de lo que se presenta, es un fenómeno que sucede en todo orden de cosas, representa el individualismo tan común de nuestros tiempos y es que después de satisfacer la necesidad personal o especifica de un grupo de personas pareciera que no hay nada más que pensar, nada más que inferir, nada más que cuestionar.
La gastronomia en muchos lugares del mundo se ha repensado a un nivel muy alto, tanto así que países europeos lucen potentes números y rentabilidad asociados al desarrollo de su culinaria y la transformación de sus territorios en verdaderas capitales vinculadas a sus productos, a la labor de sus productores, a la valoración de su desarrollo patrimonial y a la complementación de prácticas tradicionales y técnicas relacionadas con la cocina. Mas que un producto han posicionado sus distintos servicios culinarios y afines con el turismo como un importante trampolín que nos lleva a una experiencia única, que ocurre de forma transformadora y con innovación solo en ese lugar del mundo. Estas estrategias que se han venido estructurando por medio de la mancomunación de voluntades privadas, públicas y académicas, han decantado en tremendos hitos internacionales que son visitados por turistas de múltiples lugares del orbe y en esa dinámica pequeñas localidades, así como también grandes capitales han sustentado su desarrollo económico por medio de la gastronomía y todo lo que a esta actividad la rodea, llevando más prosperidad a sus habitantes, de manera integral, promoviendo sus productos como obligados y únicos en el planeta y a sus productores, recolectores, artesanos, pescadores, entre otros como patrimonio humano vivo de la humanidad, justamente por el aporte que realizan.
Pero en Chile y en sus regiones, ¿tenemos lugares con estas características o con este potencial?, ¡Claro que sí!, tenemos artesanía, con cultores que poseen saberes patrimoniales que son verdaderos maestros y que nos pueden nutrir de vajillas y piezas de artesanía distintas y con valor agregado para la experiencia gastronómica, un territorio nacional con características muy particulares y diversas que nos nutre de cientos de formatos de manufactura artesanal utilitaria, que fortalece el relato de nuestros modelos de negocio, que los ornamenta y que los viste, materias primas y subproductos alucinantes desde el punto de vista de su forma, sabor, tradición y categoría, tesoros humanos vivos a cargo de la extracción de minerales como la sal de Cáhuil y otros de los bio territorios en los que se encuentran nuestros recursos marinos, cordilleranos, pre cordilleranos y de los valles que son un verdadero lujo para el quehacer culinario y la producción gastronómica, cada región con su identidad y patrimonio material e inmaterial, con sus productos y saberes.
El potencial está, el territorio tremendamente biodiverso también, el patrimonio, las costumbres, la despensa, los productores y los artesanos, solo falta estructurar la experiencia y unirnos de manera colaborativa y asociativa, para que la gastronomía en nuestro territorio deje de ser un plato y se transforme en un hito, que genere desarrollo cultural para nuestras futuras generaciones y desarrollo económico para nuestra gente.