Epílogo

Sommelier de Té y Tea Blender certificada por Tea Institute Latinoamérica y El Club del Té.
Con instrucción en la Ceremonia Japonesa del Té, otorgada por MOA Chile.
Asesora para la marca Kombuchacha y miembro del Equipo de Colaboradores de Tea Institute Latinoamérica.

¿Por qué nos importa tanto el té? Cuando las explicaciones proporcionadas por nuestra perspectiva occidental no son suficientes, resulta interesante recurrir a la cosmovisión oriental, en especial si proviene de una de las obras literarias más importantes en relación con esta bebida.

 A comienzos del siglo pasado, Kakuzō Okakura (1862-1913), un famoso filósofo y crítico de arte japonés, sacó a la luz una obra llamada “El libro del té” (1906). En este ensayo, describió la mirada japonesa enfocada en la apreciación de los detalles, en especial relacionados con la ceremonia del té. En esencia, consiste en un intento por explicar la estética japonesa ante los ojos del pragmatismo occidental. Y el autor no escatima en figuras poéticas para plantear su punto:

El extranjero puede asombrarse de que se le dé tanta importancia al té. ‘¡Qué tempestad para una taza de té!’, podría decir. Pero cuando consideramos cuán pequeña es la copa del placer humano, lo pronto que se colma con lágrimas y lo rápido que la vaciamos en nuestra insaciable sed por lo infinito, entonces quizás podamos perdonar semejante importancia proyectada sobre una simple taza de té…”

El efecto que este párrafo generó en mí la primera vez que me encontré con él ha sido indeleble. Pienso que nunca había leído algo tan honesto y representativo sobre la afición por el té que muchos manifestamos. Después de todo, la vida es breve y ante la perspectiva     de la finitud de todo gran proyecto, nadie podría reprocharnos el goce de los pequeños y sencillos placeres.

Pareciera ser que este mismo espíritu de exaltación de lo cotidiano es el que ha llevado a la sublimación de objetos como los famosos “yohen tenmoku” o cuencos estrellados, antiguos chawanes que dan cuenta de técnicas de alfarería propias de la época de la dinastía Song (s. XII-XIII d.C.). Se trata de cuencos de té que asemejan vistas galácticas debido a sus manchas iridiscentes sobre un fondo oscuro y que hoy forman parte del Tesoro Nacional de Japón. La obsesión con desentrañar los misterios de su confección revela la profunda conmoción que la expresión artística del mundo del té puede generar en el ser humano.

Me atrevo a señalar que es esa bella sutileza la que cautiva a quienes nos aficionamos a la Camellia Sinensis y todo lo que la rodea. En este sentido, si bien no existe una cultura que pueda atribuirse la soberanía sobre el té, sí es cierto que la idiosincrasia japonesa nos brinda elementos fascinantes para su interpretación y nos recuerda constantemente que una diminuta taza de esta infusión puede abarcar el mundo entero en un instante. En su apreciación, no sólo nos deleitamos en su grato sabor, sino que valoramos también la íntima conexión que existe entre el ser humano y la naturaleza; así como la maestría de aquellos que dedican sus vidas a perfeccionar la técnica de su oficio, y que en este caso nos regalan el Gyokuro, el Matcha, el Hojicha y todos esos otros nombres que nos resultan tan familiares y entrañables.

De esta manera, la cultura japonesa ha sabido dotarnos de una estética del té que nos conduce hacia la atenta valoración de los pequeños momentos de la existencia humana, y nos permite recuperar algo de ese asombro infantil que nos acompañó durante nuestros primeros años en este mundo, cuando todo nos parecía novedoso y reluciente.

Hoy más que nunca me siento interpretada por ese fragmento de Okakura, habiendo vivido un 2022 repleto de momentos de observación y reflexión gracias a esta infusión que me ha permitido detener la cotidiana divagación mental y enfocarme en el disfrute del momento presente. Por eso, dedico esta última columna del año a todos aquellos que se encuentran en esta misma búsqueda de apreciación de todo cuanto los rodea, y en especial a los amantes del té con quienes me cruzo en mi día a día, aquellos que se emocionan ante la posibilidad de conocer un nuevo origen, a quienes les brillan los ojos hablando sobre la perspectiva de probar una variedad excepcional, y con quienes comparto la paradoja de sentirnos transitorios ante esta planta milenaria, pero al mismo tiempo eternizados gracias a la lucidez que deriva de la práctica de la atención plena sobre una taza de té.

A todos ustedes, gracias por acompañarme durante este año, y mis mejores deseos en estas fiestas.