Conocidas son las propiedades antioxidantes del té verde, derivadas de los compuestos polifenólicos presentes en la Camellia Sinensis, manifestados en forma de catequinas. Pero,¿está todo dicho al respecto?
Últimamente he notado algo que me parece muy interesante y que deseo compartir con ustedes, por el simple gusto de dialogar, aunque sea a través de esta interfaz digital. Es la consecuencia de la revelación del conocimiento ante los ojos del aprendiz. Me gusta pensar en el conocimiento como una fuente lumínica. Si nadie hubiera visto jamás la luz y repentinamente nos encontráramos ante una vela encendida, podríamos fácilmente caer en el error de creer que hemos entendido absolutamente el significado de la claridad. ¿Para qué querríamos entonces imaginar otros tipos de fulgor, si ya dominamos por completo la idea de esa pequeña llama?
Sin embargo, pudiera suceder que un día nos encontrásemos por casualidad con el sol, y entonces comprenderíamos que la pequeña flama que conocíamos tan bien y cuya existencia permitía alumbrar apenas una pequeña habitación, no logra compararse con la esfera refulgente que está en el cielo. Y entonces, al saber que existe el sol y que es la fuente de luz primordial, nuestro sentido inicial de omnisciencia habrá sufrido una buena dosis de realismo y, por tanto, de humildad.
Creo que el conocimiento es similar. Cuando recién iniciamos el estudio de alguna materia, tendemos a tropezarnos con la ilusión de que lo sabemos todo y que conocemos la luz por completo, aunque solamente provenga de la llama diminuta de una vela. Sin embargo, a medida que el tiempo pasa y nos vamos sumergiendo en el proceso de aprendizaje, llegamos a comprender que la información es muchas veces insondable y eventualmente nos sentiremos como una persona que pasa del resplandor de una vela al del sol por primera vez, sobrecogida por su grandeza. Y así, nuestra paradoja quedará establecida: mientras más conocemos, nos parecerá que sabemos menos.
Esta introducción no pretende filosofar en vano. Es simplemente una forma de ilustrar algo que me sorprendió mucho recientemente. Se trata de una información relacionada con el té verde, que cuestiona algo que a estas alturas era una verdad absoluta a su respecto.
Esta categoría de té es alabada por su efecto antioxidante en el organismo humano, pues se estima que sus catequinas neutralizan la acción de los radicales libres del oxígeno, combatiendo así el deterioro que producen en nuestro ADN y otras moléculas. Sin embargo, una investigación reciente de la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (ETH Zurich) en conjunto con la Universidad de Jena, y publicada en octubre pasado en la revista biomédica Aging, ha planteado algo muy novedoso: que el beneficio de dichos polifenoles no proviene de su capacidad de frenar la oxidación, sino de su aptitud para promoverla.
El experimento referido analizó los efectos de las catequinas más abundantes en el té verde -EGC (epigalocatequina) y EGCG (epigalocatequina galato)- sobre el organismo de un tipo de gusanos nemátodos llamados Caenorhabditis elegans. La investigación demostró que aquellas incrementaron el estrés oxidativo a corto plazo, con la consecuencia de aumentar las capacidades defensivas de las células y el organismo, prolongando así la vida de los gusanos. Esto significaría que dichas catequinas no son antioxidantes, sino todo lo contrario: favorecen la oxidación, lo que se traduce en un incremento de la capacidad del organismo para defenderse, como si de una vacuna se tratase. En concreto, el mecanismo de protección no se manifiesta a través del sistema inmune, sino mediante la activación de ciertos genes que producen las enzimas superóxido dismutasa (SOD) y catalasa (CTL), que son las que finalmente bloquean la acción de los radicales libres.
Debe hacerse presente que, aunque el análisis se refirió a los gusanos C. Elegans, sus conclusiones se extrapolan con facilidad a los seres humanos, ya que involucran procesos bioquímicos básicos comunes a los seres vivos.
Este hallazgo resulta sumamente interesante y nos permite ver que aún nos queda bastante camino por delante para seguir adentrándonos en los secretos del té, de la mano de la ciencia. El avance del conocimiento nos demuestra una vez más que no está todo dicho, y que siempre podemos seguir explorando la luz, para comprender así la magnitud de nuestra propia oscuridad.