Primera vez que me rehúso por tanto tiempo a escribir una columna para esta revista, tengo la certeza que se debe a mi cercanía y los sentimientos de pesar que siento por la partida de una gran amiga y más aún una profesional excepcional.
Corría el año 1995 cuando yo era un simple ayudante part time en la cocina de banquetes del Hotel Hyatt Regency Santiago, ahí me mandaron a buscar un poco de salsa de tomates natural al Crostini, el restaurant italiano de ese entonces, en su cocina entre bullicio de fuegos, ollas, platos y otros, se escuchaba la voz alta y potente de la chef Daniela, una joven mujer, de gran presencia, de tez blanca, rostro sin maquillaje, gorro alto de cocina con su cabellera perfectamente tomada bajo este, y ella, media agachada debajo del mesón de despacho, apuraba a garzones golpeando el mesón, para sacar los pedidos y así evitar que estos se enfriaran. Yo un simple peón culinario me animé de entereza y saqué la voz…
Yo.- Hola Chef… ¿cómo estás?
Daniela: ( con entereza, seria, directa y molesta ) ¿Qué quieres?
Yo: Me mandaron a buscar un poco de salsa de tomates…
Daniela: Saca del “Gastronorm” que está en el refrigerador, lado izquierdo al fondo….
Yo: (Con más temor que al principio) ¡Gracias Chef!
Daniela: (Mientras sacaba la salsa, escucho…) y deja limpio, mira que no tengo na´ que andar limpiando el chiquero que dejan los de banquetes, ¿ok?
Yo: ¡Ok Chef! (cumplí mi mandato y me retiré con un simple y amable) Gracias Chef, fuiste muy amable…
Daniela: Chao ( su tono cambió y fue más sutil)
Así fue mi primera relación con Daniela Paz Pizarro Díaz, de ahí hasta hoy y para siempre, aparte de los años, ha pasado mucha agua bajo el puente de la vida que nos tocó vivir juntos. Nuestra profesión nos reunió tras algunos años en Inacap y se forjó una gran amistad… de esto debería escribir un libro y en esta columna no me bastará para contar todas las experiencias y vivencias pasadas. Por eso abordaré a la Daniela profesional de la cocina.
Pachy para su familia, Daniela para la formalidad y la Dani para los cercanos, fue una mujer en vida, que yo personalmente la definiría positivamente contradictoria, para algunos quizás puede ser un defecto, pero la Dani con maestría manejó este actuar. Me refiero a que de un momento a otro podía ser una mujer muy dulce y en pocos minutos un ogro, al escucharla muchos podrían decir que “cuica es ella” y en confianza podría ser lo más soez y vulgar. Nunca se jactó de su saber y su quehacer profesional con su familia, tras su muerte ellos dimensionaron lo que había hecho y todo lo alcanzado en sus labores gastronómicas, gracias a su gran legado. La Dani fue una mujer que navegó con maestría por la cocina, la pastelería y la panadería, pocos profesionales pueden hacerlo, y ella realizó las tres áreas a la perfección. Marcó en cada uno de sus alumnos un sello profundo de rectitud, lealtad (demostrada a cabalidad con sus amigos), fue directa, cercana, pero extremadamente exigente con sus alumnos, para forjar en ellos, cocineros de bien, de alto nivel, con toques de sensibilidad femenina, como también rudeza a la hora de querer dejar en claro como debían hacerse las cosas, nunca un plan B, nunca a medias, siempre perfectas.
La Danielita para muchos, incluido quien escribe estas sentidas líneas, fue la mejor persona para hacer desde una mise en place, un banquete, un coffee, un cumpleaños, un desayuno corporativo, un almuerzo y así cuanta actividad que se le encomendaba. Tras bambalinas con su sabor, su trabajo, su tesón, nos ayudó a brillar, silenciosamente su “si me lo pediste, yo no te puedo dejar botado”, se convirtió en la premisa para que una institución como Inacap Apoquindo, una asociación de Chef, un grupo de amigos, un cocinero más conocido pero no mejor que ella, un director, una secretaria o cuanta persona le pidiese apoyo o ayuda, le daría el puntapié inicial para lucirse en gloria y majestad. La Dani jamás pidió salir de la cocina para sacarse la foto, siempre fue obligada a hacerlo por todos nosotros.
Su época predilecta del año era la Navidad, ahí encerrada en un taller en los primeros días de diciembre haría kilos y kilos de masa de galletas de jengibre para formar los moldes y hornear casitas de Navidad, las que luego invitaría a muchos niños, sobrinos, hijos, nietos de colaboradores y amigos a decorar con glacé y golosinas cada una de las casitas, las que serían llevadas a cada una de sus hogares para cautivar con magna obra arquitectónica, la que tras años, con esos niños ya grandes, hoy recuerdan esa experiencia de infante como si fuese ayer.
La Daniela era generosa con lo que sabía, cada receta que hacia, la que ninguna fallaba, era compartida sin secretos con quien se la pidiese, fue coach de varios grupos de alumnos para concursos a nivel nacional e internacional y siempre llegó con un buen lugar y desempeño. En su día a día laboral en sus 23 años en Inacap, jamás fueron idéntico un día con otro, siempre tenía que hacer algo, clases, coordinar más de 20 talleres, reemplazar a colegas, siempre preparar una actividad extra programática encomendada y aunque estuviese cansada, era realizada a la perfección, como si fuese la última que le tocaría hacer, muestra de eso así fue el 9 de agosto del año recién pasado, que preparó un evento a cabalidad en su amada Inacap, ahí en ese mismo evento fue premiada por su entrega integra e infinita a la institución, donde fue formada y pasó más de la mitad de su vida en ella, llegando al alba y retirándose la ultima de todos, validación de este importante accionar, fueron las palabras de Don Guille, el guardia de noche por más de 15 años de la Sede Apoquindo, quién al enterarse de la partida de Daniela… manifestó “Yo todas las noches despedía a la señorita Daniela y en la mañana le daba la bienvenida”.
Solo este párrafo dejaré exclusivo para escribirle a mi amiga, gracias por tu lealtad, por darme el privilegio de admirarte profesionalmente, y entregarnos tanto cariño, de ese verdadero entre amigos, gracias por darme la posibilidad de no dejarme con pendientes por decirte o manifestarte algo. Ahora solo me queda vivir con la ilusión que quizás, nadie sabe, nos volveremos a encontrar, en un abrazo fraterno como siempre y para decirnos cuanto nos quisimos en una vida en torno a nuestra pasión, la cocina.