Un llamado a la Inclusión y al Desarrollo Comunitario
Como chef con más de 25 años de trayectoria, he tenido el privilegio de ser parte de diversas cocinas alrededor del mundo, donde la gastronomía se erige como un arte que une comunidades y celebra su diversidad. Sin embargo, al observar la escena culinaria en Chile, me encuentro ante una realidad inquietante: la elitización y el enfoque cerrado que predominan en nuestra gastronomía. En lugar de abrir sus puertas, algunos han decidido construir muros. Aquí, la cocina se ha convertido en un club exclusivo, donde solo unos pocos privilegiados tienen acceso a lo que debería ser una celebración colectiva de sabores, aromas y tradiciones.
La cocina chilena, rica en ingredientes y tradiciones, tiene el potencial de reflejar nuestra identidad cultural de manera vibrante. No obstante, muchas iniciativas que prometen promover la cultura culinaria han caído en la trampa del elitismo, dejando de lado un vasto mundo de sabores que podrían enriquecer nuestra gastronomía. Las asociaciones gastronómicas, en su noble intento de “promover la cultura”, se han convertido en guardianes que deciden qué es “auténtico” o “valioso”, cerrando las puertas a aquellos que no cumplen con sus criterios.
Este fenómeno se manifiesta en la falta de acceso a eventos, ferias y espacios de formación. Muchas iniciativas, que se presentan como oportunidades para celebrar la gastronomía, terminan restringidas a un círculo reducido de “influencers”, chefs reconocidos y un selecto grupo de privilegiados. En contraste, países como Perú y México han optado por enfoques más generosos. En Perú, por ejemplo, el movimiento culinario es tan inclusivo que cualquier persona con un buen ají y un par de papas puede convertirse en un maestro de la cocina. Mientras tanto, en Chile nos quedamos atrapados preguntando si nuestro plato de cazuela es “lo suficientemente auténtico”.
El elitismo que caracteriza a algunos de estos círculos traduce la percepción de que solo ciertos grupos son dignos de disfrutar y contribuir a nuestra cultura culinaria. Este enfoque segmentado no solo menoscaba la riqueza de nuestra tradición, sino que también impide que surjan nuevas voces y perspectivas. En Europa, muchas asociaciones gastronómicas trabajan activamente para integrar a pequeños productores y fomentar la participación comunitaria. En Italia y España, el énfasis en la cocina local ha permitido que la gastronomía sea un reflejo auténtico de su cultura, lejos de las limitaciones de un elitismo que en Chile parece estar de moda.
Es hora de replantear nuestra relación con la gastronomía, abriendo las puertas a una cocina que invite a todos a participar, a crear y a disfrutar. La alta cocina no debería ser vista como un privilegio reservado para unos pocos, sino como un patrimonio colectivo que debe ser celebrado y compartido por todos. Es fundamental que la gastronomía se convierta en un espacio donde se valore el conocimiento diverso y el intercambio cultural, donde las historias de cada persona sean tan importantes como la técnica y la presentación de un plato.
La transformación de esta narrativa no solo es necesaria, sino urgente. Los chefs y restauradores chilenos deben reconsiderar su papel dentro de la comunidad y cuestionar la naturaleza de las asociaciones en las que participan. Imaginemos un futuro donde la gastronomía chilena esté centrada en la inclusión, donde la diversidad sea la norma y no la excepción. Un espacio donde cada voz, cada historia y cada experiencia cuenten. Este cambio no solo enriquecerá nuestra cultura culinaria, sino que también fortalecerá nuestras comunidades, creando un tejido social más sólido y vibrante.
Chile tiene el potencial de convertirse en un referente gastronómico, no solo por la calidad de sus ingredientes y la creatividad en la cocina, sino también por su capacidad de integrar a todos en este proceso. La gastronomía es un puente que une comunidades y celebra la diversidad. Si realmente deseamos avanzar hacia un futuro más inclusivo, debemos romper con las barreras del elitismo en las asociaciones y círculos gastronómicos y abrir nuestras puertas a todos.
Solo así podremos construir una escena culinaria auténtica y vibrante que refleje la riqueza de nuestra identidad chilena. Al fomentar un espacio donde la cocina sea un acto de compartir, permitimos que cada persona contribuya a la celebración, creando una experiencia colectiva que trasciende las limitaciones de un enfoque elitista. Así, la verdadera riqueza de la gastronomía chilena no debería ser un secreto guardado entre unos pocos, sino una fiesta abierta a todos.