En estas vacaciones tuve la oportunidad de recorrer nuevamente la carretera austral después de 20 años. Fue sorprendente ver la evolución. Me encontré en primer lugar con un alto porcentaje de la ruta pavimentada que se concentra principalmente en la parte norte y ahora queda el desafío hacia el sur, desde Villa Cerro Castillo en adelante. Se trata de un recorrido en que te sientes segura, donde dos mujeres que viajábamos solas no tuvimos dudas de subir mochileros al auto, entrar al mundo de la solidaridad viajera con datos compartidos y desvíos de itinerario.
Los avances de infraestructura, también se ven en la señalética que está bien hecha, con identidad territorial y bien indicada. Esto contrasta con la parte argentina de la Patagonia que pareciera haberse quedado estancada después de haber sido un referente. Hoy los letreros del otro lado de la cordillera, particularmente en la zona de Bariloche y El Bolsón se ven desgastados, pero además confusos respecto a su función principal que es señalar el camino.
Aunque sigue habiendo una necesidad de mejor calidad en la conectividad digital en los 1200 kilómetros desde Puerto Montt a Villa O’Higgins, hay en el recorrido cobertura de internet en todos los pueblos principales de la carretera, además de bombas de bencina que permiten programarse.
Durante el recorrido, se ven contrastes en cuanto al tipo de turismo al cuál debiéramos evolucionar y los elementos que lo hacen más o menos sostenibles en el tiempo. Por un lado, la identidad y el relato, claves para una buena experiencia. Esto está particularmente bien logrado en Futaleufú, localidad que si bien se desvía unos kilómetros de la ruta 7, es un imperdible. Te reciben con un cartel que dice “Bienvenido a Futaleufú, un pueblo pintado por Dios”, lo que desde la partida da cuenta de un trabajo de marca territorial que se refleja no solo en el entorno natural propicio para trekking y rafting, sino también en cada elemento de su cuidada y ordenada arquitectura sureña con evidente influencia europea. Y no solo esto, también el servicio es algo destacable, así como los elementos de cuidado ambiental como puntos de reciclaje antes inexistentes. Sobre la carretera, otro buen ejemplo es Puyuhuapi, que también cuenta con parte de estos elementos de identidad , con el marco de una casita tipo alemana como sello de marca para sacarse fotos del recuerdo, sumado a una oferta gastronómica destacable para la zona. Muy cerca, la Junta con un queso típico y el Gin Tepaluma de origen local.
Merece también un desvío, Raúl Marín Balmaceda, el pueblo más antiguo de la carretera austral, con una reserva marina impresionante, abundante en lobos marinos, pingüinos y ballenas que se dejan ver desde mediados de febrero hasta fines de marzo.
Un desafío importante está en Villa Cerro Castillo, a la ladera del cerro del mismo nombre que está a punto de explotar turísticamente como un polo similar a lo que podrían ser las Torres del Paine, pero en Aysén. Es ahí donde termina el pavimento y donde se perfila un lugar que requiere un trabajo de identidad para convertirse en una comunidad portal sostenible y no saturada. Mismo desafío, lo tiene Puerto Tranquilo, localidad a orillas del Lago General Carrera que recibe a miles de visitantes por su principal atractivo que son las capillas de mármol. En ese punto, hay movimiento, se podría decir que es una especie de Pucón de la carretera austral con restoranes, puntos para abastecerse, pero donde se ven las problemáticas típicas de un lugar que ha crecido sin mayor planificación. Si bien hoy existe un cierto orden en la costanera para el acceso a los botes que van a las capillas, hay congestión vehicular, problemas en la gestión de residuos y no se percibe un trabajo de marca territorial.
Por último, la oferta de alojamiento es también una posibilidad de mejora en toda la carretera.
Con avances y oportunidades, la carretera austral es un ruta escénica imperdible especialmente para quienes disfrutan de la naturaleza abundante.