La forma de comer, nuestros modales y costumbres son una herencia curiosa, suma de la influencia de muchas personas y circunstancias que han ido dando forma a lo que se considera como aceptable. Tan flexible y rico como el lenguaje que se nutre de fuentes sorprendentes. De ahí que, en Chile, por ejemplo, hablemos de pinchintún para decir un poquito de algo o que pidamos al casero de la feria que nos dé ese kilo de tomates con yapa, o sea, con extra. Ambos vocablos mapuche que enriquecen nuestro lenguaje y nos hacen diferentes. La mesa también es un crisol donde usamos palabras originales que nos identifican y donde se manifiestan tradiciones que hablan de nuestro pasado. Sin ir más lejos y a modo de ejemplo, el cuchillo que utilizamos en las comidas tiene su origen en Francia, de donde era el cardenal Richelieu. Los que se utilizaban antes eran de punta afilada, pero Richelieu, que se jactaba de modales finos y de reconocer a las personas según cómo comían, le parecía de muy mal gusto que los comensales utilizaran esta herramienta para limpiarse la comida que les quedaba entre los dientes o que alguna discusión terminara con una desagradable puñalada y su mantel manchado. Razones de sobra para pedir que los cuchillos que quería para su mesa los fabricaran de punta redonda o romos y que hasta el día de hoy se mantenga esa costumbre. Con estos relatos no solo iremos entendiendo mejor la gastronomía, sino que transformaremos cada ocasión de sentarnos a la mesa en una oportunidad de contar estas historias sabrosas.