Sentimos tan propios a los porotos (phaseolus vulgaris) que es común escuchar esa frase que dice: “Más chileno que los porotos” y algo de verdad tiene esta afirmación, sin embargo, sabemos que están presentes en todo el mundo y con gran fuerza en el continente americano, de donde son originarios. Algunos indígenas lo cultivaban junto al maíz y al ají, constituyendo la trilogía alimentaria virtuosa que los abastecía permanentemente.
Frijoles, caraotas, judías, chícharo, kumanda o habichuelas son algunos de los nombres que recibe esta leguminosa, lo que nos habla de una dispersión geográfica y presencia importante en distintas zonas. Lo mismo ocurre con preparaciones que, dependiendo del lugar, reciben una denominación propia. Es así como el arroz con porotos en España es el arroz con habichuelas; en Cuba se le conoce como moros y cristianos y en Perú, como Tacu Tacu.
Esta proteína vegetal ha sido históricamente mirada en menos, como si fuera posible categorizar el valor o la relevancia de algún alimento por sobre otro, con criterios que no son gastronómicos ni nutricionales, dándoles una connotación social despectiva y atribuyéndolo a parte del recetario popular, como una preparación que no estaría en los menúes de restaurantes destacados. Pero, siempre existen voces que nos recuerdan nuestros orígenes, como el poeta Pablo de Rokha con su “Rotología del Poroto” y artistas como el jazzista norteamericano, Louis Amstrong, quien nos hace ver que el amor por su plato favorito le hacía despedirse en sus cartas con la frase: “Red beans and ricely yours”, algo así como “porotos rojos y arrozmente tuyo”, dejando en evidencia, que más allá de las fronteras, se han apropiado y disfrutan del poroto. ¿Chileno?, sí, pero de muchas otras partes, también.