Quien come calafate, cuando visita el extremo sur del país, corre el riesgo de caer en el hechizo del fruto y enamorarse de la Patagonia, viéndose obligado a regresar. Al menos eso cuenta la leyenda selknam y tehuelche, pueblos que habitaban el extremo sur de Chile y Argentina.
Calafate era la hija del jefe de una tribu tehuelche, niña hermosa, amada y de ojos dorados, quien conoció a un joven selknam. La desconfianza propia de las personas de diferentes orígenes, no fue impedimento para que se enamoraran, a lo que el padre de Calafate se opuso fuertemente. Al no lograr su esfuerzo por enemistarlos, el jefe de la tribu decide pedir la ayuda del chamán, quien le indica que si bien no es posible hacer que acabe ese amor, podía separarlos para siempre.
La niña fue transformada en un arbusto espinoso, de flores doradas como sus ojos, mientras el joven recorría esas tierras australes buscando a su amada. Tras meses sin encontrarla, cuentan que los espíritus quisieron ayudarle convirtiéndolo en un pájaro que podría volar más rápido para encontrar a la enamorada. Así estuvo invierno y primavera, hasta que un día de verano se posó sobre una planta de la que probó su fruto. Al saborearlo se dio cuenta que era tan dulce como el corazón de Calafate, alegrándose de haber podido, finalmente, reunirse con su querida mujer.
Si tiene la fortuna de ir a la Patagonia, ojalá se asegure de comer este fruto, no solo para quedar embrujado, sino que para asegurarse que podrá regresar a visitar esos paisajes sorprendentes y hermosos.